En Bogotá, donde vive desde 1994, la conocen como Belkis Florentina Izquierdo Torres. Ese nombre figura en su documento de identidad y en el rótulo de su oficina de magistrada de la Justicia Especial de Paz, JEP, en el piso 11 de un moderno edificio del norte de la ciudad.
Sin embargo, cuando nació, los mamos o guías espirituales del pueblo arhuaco, allá en la Sierra Nevada de Santa Marta, la bautizaron Aty Seikuinduwa. Ahora tiene 42 años, está casada con un Inga del Putumayo, y es madre de tres hijos. Es abogada de la Universidad Nacional y tiene una maestría en Administración Pública.
Belkis o Aty viste con el atuendo blanco de los arhuacos; lleva mochila de lana virgen y usa collares de chaquiras. Su nombre apareció por primera vez en las noticias en el 2014, cuando fue nombrada magistrada auxiliar del Consejo Superior de la Judicatura. En esa época se mostró extrañada de que a los periodistas les pareciera exótico el nombramiento de una abogada indígena en las altas cortes de la justicia colombiana.
“Mi sueño –dice– es que los sistemas de justicia étnicos y la jurisdicción, especialmente indígena, logren hacer un diálogo intercultural y jurisdiccional. Eso le haría muy bien al país”.
También sueña con que las facultades de Derecho dicten cátedras de pluralismo jurídico y que, con el tiempo, Colombia sea una sociedad interculturizada. Su sueño se basa en que este es un país con población afro, rom (gitano) e indígena. Además, la Constitución Política define a la población colombiana como multiétnica y pluricultural.
Belkis llegó a Bogotá en 1994. Considera que su paso por la Universidad Nacional fue muy importante porque, además de graduarse de abogada, logró establecer un diálogo con jóvenes de otras regiones y culturas para reflexionar sobre “los retos y desafíos que tienen los jóvenes indígenas en las ciudades”.
“A nosotros –dice Belkis– no nos pueden seguir viendo como pobres o vulnerables, o como víctimas, porque nos dicen: ‘pobrecito usted, venga aquí y le doy esta oferta institucional, le doy estos mercados, le doy estos subsidios…’; cuando hablo del diálogo inter jurisdiccional es que existen autoridades en los territorios, existen normas y procedimientos, existen unos derechos colectivos, individuales, y hay que comenzar a dialogar con respeto. Esa es nuestra apuesta: dignificar nuestros propios valores y colocarlos en el centro de una sociedad más ética, más democrática, una sociedad que, en el práctica, elimine la discriminación, el racismo”.
La magistrada indígena se considera afortunada por haber llegado a Bogotá donde, a pesar de que existen rasgos de racismo, no son tan notorios como en algunas ciudades y municipios pequeños, dominados, generalmente, por una clase política ligada a prácticas agrarias donde la mano de obra la ponen los campesinos e indígenas. “Acá uno encuentra gente muy abierta, muy comprensiva”.
“Yo tengo niños que han nacido acá y son embajadores indígenas en Bogotá. Así nos vamos dignificando, porque creo que en la medida en que confiemos en nosotras mismas, reafirmemos nuestra identidad y hablemos desde nuestra propia alteridad, allí ya hemos logrado dar un paso muy importante”.
La férrea identidad indígena de Belkis se forjó en medio imponentes montañas, guiada por los sabios de su comunidad y por las tradiciones de sus ancestros. “Tenemos que reafirmarnos. Si nuestra identidad se pierde, se pierde nuestra esencia como pueblos indígenas, nuestros referentes en el territorio, nuestro referente en los sitios sagrados, seríamos cascarones en la ciudad, culturalmente habremos desaparecido”.
Para evitar que la ciudad afecte su identidad, Belkis mantiene algunas de sus tradiciones y visita dos veces al año la Sierra Nevada de Santa Marta. Allá se encuentra con los guías espirituales para cumplir con los rituales o pagamentos: “Un pagamento se hace para uno estar en armonía con la tierra, con el sol, con el aire, con los sitios sagrados, con todo, y para uno el pagar espiritualmente, sanarse, porque aquí uno piensa mucha cosa y entonces toca irse descargando, así como uno se desempolva. Ese es el ejercicio que nos ha enseñado nuestra cultura”.